, lo que hace que la vida de estos monjes tenga algo de misterioso. Y este es uno de nuestros objetivos del viaje.
El monasterio está desierto, no vemos a nadie… o eso es lo que
pensamos. Un reflejo de color azafrán en una de las ventanas llama nuestra
atención. Un anciano monje budista nos observa y sale a nuestro encuentro. Cuando visitas estos lugares enseguida te das cuenta que su amabilidad y hospitalidad no tiene límites. Y sin mediar palabra , empieza a enseñarnos las
principales dependencias de Ridzong. No habla inglés, así que practicamos el
lenguaje universal. No es muy amigo de las fotos pero no puede resistirse a
verse después en la pantalla.
La visita concluye,
pero nosotros no queremos irnos. Queremos conocer un poco más de la vida de
estos ascetas. De una forma natural, adivina nuestras intenciones, y aunque en
un primer momento se muestra un tanto confuso y dubitativo, al final accede. Y se convierte en el mejor de los anfitriones. Le seguimos por un estrecho pasadizo que da
paso la zona de celdas. La puerta está abierta y su gesto nos invita a entrar. Balbucea algo que no entendemos pero que bien podría traducirse en un: Bienvenidos a mi humilde hogar. Tenemos que agacharnos para entrar por la pequeña puerta que da
acceso a su habitación.
No tiene ventanas, y en invierno tiene que soportar
viento, lluvia, nieve y temperaturas que pueden llegar a los 40 º bajo cero. Un
raído colchón en el suelo es su cama, una tapa de madera en medio de la
estancia, su letrina y todo lo que veis sus vida.
Su día a día gira en torno a un pequeño altar con una figura de Buda donde medita y reza . Unas velas y unas varillas de incienso son lo más cálido y acogedor de toda la estancia. Nos invita a sentarnos en su cama. El viento sopla con fuerza y levanta los paños a modo de cortinas dejándonos disfrutar de unas vistas espectaculares.
Su día a día gira en torno a un pequeño altar con una figura de Buda donde medita y reza . Unas velas y unas varillas de incienso son lo más cálido y acogedor de toda la estancia. Nos invita a sentarnos en su cama. El viento sopla con fuerza y levanta los paños a modo de cortinas dejándonos disfrutar de unas vistas espectaculares.
No le ha dado tiempo a poner la mesa, así que coge tres manzanas del suelo que nos ofrece a modo de bienvenida. Tiene
el detalle de limpiarlas en su deslucida túnica de color azafrán. Nosotros le
ofrecemos lo único comestible de nuestra mochila, una chocolatina que guarda
celosamente bajo su sayo. Es extraño como hablando sin entendernos, nos
entendemos a la perfección. Y entre manzana y manzana, perdemos la noción del
tiempo, .... hasta que un trueno nos devuelve a la realidad. El sol ha
dado paso a negros nubarrones, el viento sopla con rabia, la misma que tenemos
nosotros porque tenemos que dar por concluida nuestra visita.
Nos acompaña hasta nuestra moto. Le gusta mucho y nos dice que le encantaría montar algún día en una. Prometemos que le daremos un paseo si volvemos, pero tenemos que salir corriendo, porque empieza a llover. Un apretón de manos que parece no tener fin, es nuestro hasta siempre. Y nos vamos con esa sensación mezcla de tristeza, abandono, soledad, y nostalgia. Nos quedan sus fotos, el compromiso de enviárselas y el recuerdo de su generosa sonrisa. En fin, pequeños momentos que a uno le cambian.....
Nos acompaña hasta nuestra moto. Le gusta mucho y nos dice que le encantaría montar algún día en una. Prometemos que le daremos un paseo si volvemos, pero tenemos que salir corriendo, porque empieza a llover. Un apretón de manos que parece no tener fin, es nuestro hasta siempre. Y nos vamos con esa sensación mezcla de tristeza, abandono, soledad, y nostalgia. Nos quedan sus fotos, el compromiso de enviárselas y el recuerdo de su generosa sonrisa. En fin, pequeños momentos que a uno le cambian.....
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Que momento mas bonito! me encanta leer las historias que traen vuestras fotos. Son preciosas ^_^
ResponderEliminarSaludos!
Hola Verónica, fué un momento especial.
ResponderEliminarGracias por pasarte.